De la mano del Blog de Pablo Ferrer, nos llega la crónica del concierto:
El foco hacia Juan primero, hacia el público después, marcó el adiós. No hubo lágrimas, quizá por ósmosis del tema de Héroes que había sonado media hora antes -no puedo dormir, con esas lágrimas...- o quizá porque el intercambio de energía había sido tan caudaloso y sincero que no tenía sentido lamentarse. Más bien era hora de celebrar. Ayer confluyeron todas las estrellas. No hubo problemas técnicos, ni retrasos, ni hubo un solo ataque de hipo (real o metafórico) en el discurrir del concierto. Una tras otra, las canciones actuaban de catalizador, de muelle, de caricia. Es más, ayer fue un día propicio para los retos a las leyes físicas. Caminando por el centro del DF -gracias, Mirsha- tuve varias veces la sensación de estar ejercitando el sexto sentido más que los otros cinco. En las afueras del Templo Mayor, en el Zócalo, en la impagable cantina El Nivel, en el entrañable y caótico Tianguis del Chopo. El olor a incienso junto a los tamales, las iglesias y las curas chamánicas, todo revuelto caminando ufano en el corazón de una sociedad excesiva e impactante. Eso es México: no se sabe hasta que no se siente, y el asunto trasciende de las miradas, el olfato, el oído, el tacto e incluso el gusto.
Nos vamos al avión en unas horas. Mañana, en casa. Quedan cuatro noches mágicas, y la Romareda espera por su ración de fiesta heroica. Allá nos vemos... |
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